El capital digital sigue siendo capital, y así no es algo que le gustaría a Marx

Tim W. Shenk

Este artículo fue elaborado en base a un conversatorio en el grupo de economía política de University of the Poor, sobre el artículo de Ryan Avent en junio del 2018, titulado, “A Digital Capital That Marx Might Enjoy” (“Un capital digital que podría gustarle a Marx”). Aquella intervención fue publicada por MIT Technology Review. El presente artículo es un producto de la inteligencia colectiva de la University of the Poor, siendo una reflexión de los comentarios de la membresía.

En cuanto al tema de la tecnología digital y la automatización, el mundo de los negocios se ha dado cuenta de una inquietud que han planteado los trabajadores organizados en la industria automovilística en Detroit desde los años 70.

La tecnología digital y la inteligencia artificial han revolucionado la forma de hacer negocios en todas las grandes industrias. La tecnología ya no solamente reduce la necesidad de trabajo humano en la producción y circulación. En muchos casos, las computadoras y los robots reemplazan a las personas por completo.

Desde mediados del siglo pasado, la tecnología de sustitución de mano de obra ha transformado tanto las industrias de la agricultura del Sur de EE.UU. como la manufactura del Norte del país, con el selector mecánico de algodón y la mecanización de las plantas automotrices como dos ejemplos. Sin embargo, la capacidad informática y el aprendizaje computadorizado en constante expansión, han cambiado completamente el panorama económico, dejando todo en duda, incluso el futuro del capitalismo.

Este tema solía ser el ámbito de la ciencia ficción: piense en Bladerunner, The Terminator y The Matrix. Ahora, además de la pantalla grande, está ocurriendo un debate serio sobre el impacto de la tecnología en la sociedad en las páginas de The Economist, The Wall Street Journal y Foreign Affairs.

Gran parte de los datos en estos artículos nos son útiles. Los analistas muestran los impactos de la tecnología digital en todo, desde la agricultura hasta el transporte por carretera y la cirugía mayor. Los economistas proyectan cuántos empleos pueden perderse por culpa de la tecnología en la próxima década. (El consenso: hasta la mitad de los empleos actuales en los Estados Unidos están en peligro).

Sin embargo, cuando se trata de soluciones reales, la mayoría de estos supuestos expertos dejan caer la pelota. Sus propuestas equivalen a decirle a la gente cuáles son las mejores sillas en la cubierta del Titanic. Ante las crisis perennes del capitalismo y el aumento de la pobreza, estos economistas terminan discutiendo sobre cómo salvar “la economía”, sea lo que sea, en lugar de defender el derecho a la vida de millones de personas, a quienes este sistema está en proceso de descartar.

La economía debe ser más que números, y el activismo debe ser más que el sentimentalismo. Nuestras respuestas a las grandes preguntas de la sociedad, como el papel de la tecnología en la economía, deben basarse en una ciencia sólida.

Cambios económicos drásticos

Para evaluar potenciales soluciones, tenemos que aprender a identificar los caminos falsos que nos llevan a soluciones equivocadas. Hemos eligido un artículo que debatir a profundidad: “A Digital Capital That Marx Might Enjoy” (“Un capital digital que podría gustarle a Marx”), escrito para MIT Technology Review en junio del 2018 por un editor de alto nivel del Economist, Ryan Avent. Aquella breve intervención provoca desde su título ya que invoca al cientista social del siglo XIX, el polémico Karl Marx.

Avent comienza bien. Al igual que muchos otros, reconoce que la automatización y la inteligencia artificial (IA) están provocando cambios monumentales, y que estos cambios continuarán y son irreversibles. Afirma: “Si bien el mundo del capitalismo industrial fue moldeado por el conflicto entre [el trabajo y el capital], hubo un cierto equilibrio de poder, ya que las dos partes se necesitaban para la realización de la riqueza. El cambio tecnológico lo hizo posible. El capitalismo digital es diferente.” Tiene razón en que está cambiando, la relación entre el capital y trabajo.

Lo que el autor no tiene en cuenta, es una idea fundamental sobre la economía que señaló el economista británico Adam Smith por primera vez, que el trabajo humano es la fuente de todo valor. Hoy en día, dado que el trabajo humano está siendo reemplazado por máquinas, no se agrega nuevo valor a los productos, lo que crea una crisis de rentabilidad para los propietarios del capital. Esta crisis eventualmente llegará a un punto en el que pone en peligro el propio sistema de realización capitalista de beneficios. En lugar de reconocer que el sistema es inviable, Avent menciona propuestas para estabilizar el sistema y minimizar la desigualdad. Entre estos: hacer de los datos un bien público, y usar fondos para compartir las ganancias del “capital digital”. Concluye esperanzado: “Con el nuevo capital, un nuevo capitalismo, quizás uno, finalmente, que podría gustarle a Marx”.

El capitalismo no puede resolver la crisis de la rentabilidad, y el hecho de que el tiempo parece haberse agotado no se pierde en los capitalistas. Es por eso que están quemando el aceite de medianoche, tratando de encontrar soluciones políticas que preserven la mayor parte de su riqueza y eviten que la mayoría de la población apropiemos los frutos de nuestro trabajo.

Más importante que si Marx disfrutaría las propuestas de Avent, es si son factibles para la clase trabajadora de hoy. En resumen, encontramos que Avent engaña a sus lectores en la mayoría de los puntos. Se necesita una comprensión correcta de cómo funciona el capitalismo para analizar la revolución digital actual y sus implicaciones.

Definir el capital

Avent basa su argumento en una definición incorrecta de capital. Escribe: “Para la mayor parte de la historia industrial, el capital significaba cosas tangibles como telares y hornos y otras máquinas que se podían ver y oler”. Esta definición es tentadora, tal vez porque pinta una imagen concreta en la mente, pero es incorrecta y por lo tanto engañosa.

Para Marx, el capital no es “cosas tangibles”. El capital es un proceso, no una cosa. Es una relación social: una relación entre personas que se transmite por las cosas. Es cierto, el capital puede tomar la forma de telares y hornos que se utilizan en la producción capitalista. Esto se llama capital productivo. Pero las máquinas no son la única forma del capital.

Las otras dos formas generales del capital son el dinero y las mercancías. Primero, el dinero. El dinero llega a las manos de los trabajadores como salario, y de esta forma compramos lo que necesitamos para comer. Sin embargo, el dinero en manos de un capitalista es capital. Es necesario para el proceso de producción y una forma de hacer más capital.

Además, el capital puede ser encarnado en mercancías, que pueden venderse con fines de lucrarse. Sin esperanza de obtener un beneficio, un capitalista no tiene ninguna razón para producir. Para decirlo de otra manera, si los capitalistas pudieran ganar dinero sin producir nada, ¡ciertamente lo harían! (Ese es el ámbito de la especulación y el sector financiero, que son temas para otro día).

El capital, entonces, es mucho más que telares, hornos y maquinaria. Es un proceso que permite a los capitalistas acumular riqueza. Volvamos a Avent. Su sugerencia es errónea de que los capitalistas apuntan a “maximizar la producción de las fábricas por encima de todo lo demás”. Están más bien obligados a buscar la maximización de los beneficios por encima de todo.

No estamos siendo necios con juegos de palabritas. Tener una comprensión correcta de qué es el capital, nos permite averiguar dónde los argumentos como los de Avent nos engañan sobre las soluciones a los problemas más básicos y necesarios de la humanidad.

¿Nuevas formas del capital?

Avent introduce el término “capital intangible”, y para eso quiere decir, datos e información, que dice que los gigantes corporativos de hoy han llegado a confiar. Dado que definió el capital como “cosas tangibles”, el capital intangible parece ser algo completamente nuevo y diferente. No lo es.

Avent sugiere que el capital más valioso hoy en día es la información que “vive en las neuronas y el silicio en lugar de en los pisos de las fábricas”. Estamos de acuerdo en que la información incrustada en un chip de computadora es ciertamente intangible. Uno no puede agarrar en la mano la información digitalizada, de la misma manera en que puede tener una moneda o un libro de contabilidad.

Sin embargo, la información como capital no es nada nuevo. La información se ha comercializado como una parte esencial del capital de los productos básicos durante siglos. ¿Quién invertiría en un barco y una tripulación y navegaría durante meses desde Inglaterra a China sin brújulas, mapas y sextantes, sin información sobre lo que comprarían allí y sin saber cómo obtendrían ganancias cuando regresaran?

Los datos, o el capital que no puedes ver ni oler, no son nuevos. Lo que es nuevo en la era digital, es la capacidad de producir productos básicos sin casi ningún aporte del trabajo humano.

Avent escribe: “Los programas de aprendizaje automático son una forma extraña de cuasi trabajo, entrenados en datos generados por personas para realizar tareas previamente realizadas por personas. Sin embargo, son propiedad y están controladas por empresas de la misma forma que lo sería un camión o una computadora”.

Aquí Avent nombra una contradicción crucial del sistema actual: estamos avanzando rápidamente hacia una producción privatizada sin trabajo humano. Sin embargo, mientras que Avent nombra la contradicción, no lleva el argumento a su conclusión lógica. A medida que avanza la automatización, se necesita menos trabajo humano. Más y más personas serán despedidas del trabajo o se les exigirá que trabajen más y más rápido por salarios más bajos, obligadas a competir contra las máquinas. El capitalista que quiere “ser amable” y pagarle a sus trabajadores “un pago justo” se encontrará en la bancarrota. La reducción continua de costos es la única manera de que un capitalista individual sobreviva en un mercado competitivo. Tasas de ganancias más bajas se traducen en fugas de capital por parte de los inversionistas y la ruina del capitalista.

Desde la perspectiva del capital, la posibilidad de que un gran número de personas se quede sin trabajo es potencialmente desastrosa. Aquí hay dos razones.

Primero, los capitalistas necesitan que las personas vayan a trabajar y obtengan dinero para comprar lo que están vendiendo. De lo contrario, todo el ciclo de producción se detiene. En segundo lugar, un gran número de personas sin trabajo se ponen hambrientas y desesperadas. Pueden tomar medidas como movilizarse, impedir caminos y tomar lo que necesitan de las tiendas. La historia muestra que estas poblaciones desesperadas hacen revoluciones que expropian a los expropiadores. Si bien Avent describe el capitalismo digital como peligroso para los trabajadores, de hecho también lo es para los capitalistas.

Avent vuelve a la idea de que la tecnología está reemplazando a los trabajadores humanos. Escribe que la IA “es casi un puro sustituto del trabajo”. Esto podría haber sido el comienzo de un reconocimiento de que el sistema actual está agotado, que ha superado su utilidad para la humanidad. Podría haber desafiado a sus lectores a imaginar un sistema económico en el que todos pudiéramos beneficiarse de nuestra inteligencia y trabajo colectivos.

Sin embargo, Avent lleva el argumento en la dirección opuesta. Escribe: “A medida que [IA] se extiende a lo largo de la economía, el trabajo perderá el apalancamiento en el lugar de trabajo y la demanda moral de una parte de las ganancias de la economía que proporciona el trabajo”.

Tiene razón acerca de la pérdida de fuerza sindical en el ámbito del trabajo. Los empleos sindicales continúan disminuyendo, y las leyes sobre el derecho al trabajo y el reciente fallo en EE.UU. de Janus v. AFSCME, han dado nuevos golpes a la capacidad de los trabajadores organizados para defenderse contra el capital y sus representantes.

Sin embargo, donde Avent está peligrosamente e insidiosamente equivocado es la sugerencia de que las personas que no trabajan, o que no pueden trabajar, perderán un “reclamo moral de las ganancias de la economía”. Primero, nuestro derecho a existir no depende de nuestra relación con la economía. Hay una ley moral superior a la que la sociedad debe responder: todas las personas tenemos el derecho a vivir. No podemos engañarnos pensando que nuestro único valor en el mundo se basa en poder ir al trabajo. Segundo, toda la tecnología que ahora está reemplazando a los trabajadores, fue creada por nosotros, las y los trabajadores. Todos y todas tenemos derecho a lo que nuestra clase ha producido colectivamente.

El artículo de Avent termina con una serie de propuestas improbables sobre cómo hacer que la información sea accesible para todos como una manera de enfrentar la crisis cada vez más profunda. Debido a que comenzó con una explicación incorrecta de qué es el capital y cómo funciona el capitalismo, es imposible que pueda proponer soluciones lógicas a los problemas que causa el capitalismo.

Al final, Avent está más preocupado por salvar el capitalismo que salvar a las personas perjudicadas por el capitalismo. En lugar de “un nuevo capitalismo”, nuestro colectivo hace una propuesta alternativa. Con el nuevo capital viene el potencial para el fin del capitalismo, y un nuevo sistema al que toda la clase trabajadora podría gustar.

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